domingo, 11 de marzo de 2012

Para quitarse el sombrero




Pues ya ha llegado a su fin. `Bajarse al Moro´ dice adiós después de haber superado con presumible éxito su interpretación los pasados miércoles, jueves y viernes en Adam House Theatre (Edimburgo).

No podemos obviar lo importante de la convocatoria, de las posteriores críticas, o de los beneficios recaudados. Nos vamos con una puntuación de sobresaliente. Así lo avala la sala  desbordada en la última función, las carcajadas del público durante las actuaciones o las palmaditas en la espalda de profesores y profesionales que acudieron a la cita.

Todos estos gestos han sido sin lugar a dudas muy positivos. Sin embargo, sólo significarán algo que me permitió tener una gran satisfacción momentánea. Con el tiempo, cuando piense en ello, sentiré orgullo, pero algo se habrá ido. Gestos que hacen sentir de forma muy intensa el transcurso del evento, pero como si de humo se tratara, con los meses, buena parte desvanecerá.

Lo que creo que nunca cambiará su intensidad, es el cariño que ahora mismo tengo sobre ellos. Ellos han sido los que han ido dando la forma al proyecto, los que le han dado más calor, los que se han superado trabajando en un idioma que no es el propio, por los que he seguido en los momentos de flaqueza. Ellos son los auténticos protagonistas. 

Cuando empecé en esta andadura, nunca imaginé el nivel con el que me iba a encontrar. Se trataba de una actividad extra, que decidí añadir a mi vida por el gusto hacia la cultura y porque lo consideraba muy favorable en esta la que es mi etapa en el extranjero. Ni yo misma pude intuir por aquel mes de octubre, que terminaría siendo una experiencia que calaría en mi persona hasta el punto de tener la intención de seguir ligada al teatro en mi vuelta a España. 

Los inicios fueron difíciles, pero luego te das cuenta que todo pasa porque tiene que pasar. No dábamos con los perfiles que queríamos. Sólo tuvimos dos flechazos. El primero, y el más fuerte, Jaimito. Aún así, estuvimos a punto de intercambiar los papeles protagonistas masculinos. Hubiera sido un error. Al final, nuestro Alberto, en quien dudamos porque su nivel de idioma no podía ser tan bueno como el que el papel requería (acababa de empezar la carrera de español), terminó sorprendiéndonos con su evolución. No hacía falta repetir dos veces lo mismo: le sugerías mejoras, y repetía la escena bordando lo que tú le acababas de decir. Inteligencia a borbotones. 

Otra casualidad fue nuestra querida Elena. El segundo flechazo. Inicialmente miembro del personal de producción, fue verla en acción durante una de las pruebas del casting, y sentirlo: era ella. Su dulce voz y cohibidos movimientos, envueltos por una pícara actitud, la convertían en la candidata perfecta. Accedió al "puesto", convirtiéndose en una de las más aclamadas por el público tras robar tantas sonrisas.

Chusa. La "molona de la peli". No forma parte de la universidad, pero también por más casualidades, la conocíamos y `caímos´ en su nombre. Su prueba para conseguir el papel fue más un mero trámite por respeto hacia las demás candidatas, que una prueba real. Antes de hacérsela, teníamos claro que el papel le iba que ni pintado. Ni en la prueba ni en la actuación decepcionó a la idea preconcebida. Dio vida a Chusa con una gracia envidiable, y en cada palabra salpicaba un poquito de ese amor incondicional que siente hacia el teatro.

La voz sonante, la fuerza necesaria en el escenario, los gestos limpios y tajantes. ¿De quién hablo? De Doña Antonia, quién si no. Su entonación perfecta, su cercanía con España, necesaria para tan acertada inspiración, y su afán por conseguir la perfección, han hecho que la rozara. Admirable la tan acertada actuación de alguien con una cultura llena de códigos completamente diferentes a los propios.

Por último, el `chocolate con churros´ pone el punto de sal en la obra. Abel y Nancho aparecen en mitad de la función, en una escena que nos deleita con expresiones fuera de lugar, desnudos, o tiros en medio de una habitación que hacen que con tanta acción, suba la expectación del auditorio.

Pero antes de acabar, tengo que volver a mi primer y gran flechazo. No puedo terminar esto sin dedicarle también a él unas líneas. Todos han sido unos portentos, pero Jaimito además de portento, ha sido especial. Al abrir el telón, era el que menos brillaba. Al cerrarlo, el que más. Ha sido maravilloso ver cómo se hacía a sí mismo, cómo conseguía cautivarnos más y más con la consecución de escenas. Su simpleza le ha hecho grande, y su capacidad para ir siempre más allá, que disfrutemos de cosas siempre llenas de sentido y sinceridad.

Sin más preámbulos, y entre los telones y bambalinas que han forjado 'Bajarse al Moro', proclamar que no sólo habéis cumplido con las altas exigencias, sino que me habéis emocionado. 

Por todo ello, me quito el sombrero. 

Lots of love,
amaya.